Ariel Magnus se sacó de adentro una historia familiar a través de la novela El desafortunado (Seix Barral). Cuenta la historia de Adolf Eichmann, quien en pleno peronismo se refugió en Argentina con un nombre falso, Ricardo Klement. Tucumán fue uno de los lugares en que vivió. En 1960 lo capturó el Mossad.

La abuela de Magnus fue una sobreviviente del nazismo, maltratada incluso por querer seguir a su madre, de quien fue separada en Auschwitz. Magnus y su familia vivían en la zona norte de la provincia de Buenos Aires, muy cerca de una de las casas de la familia Eichmann. Detalle que sumó así otro motivo para que Magnus cuente esta historia. Desde la ciudad alemana de Mülheim, a la que fue invitado como escritor residente, Magnus habló vía web para LA GACETA Literaria.

- En El desafortunado contás que tu papá te dijo que si dejabas bien parado a Eichmann no te iba a dirigir más la palabra. Supongo que se siguen hablando.

- A mi papá le gustó el libro. Estaba contento, por más que se lo humaniza a Eichmann. No quiero decir que la novela te reconcilia con él sino que se humaniza también el desprecio. Se lo baja a tierra. Hay rechazo, hay indiferencia. Pensarás que es un monstruo, pero también que era una persona.

- ¿Por qué Eichmann?

- Aunque la idea surgió charlando con mi agente, que es alemán, el impulso me lo dio el ver que no había novelas sobre el tema. Sabía que vivió cerca de casa y que era un tema que nunca traté. Por más que soy nieto de sobrevivientes de Auschwitz, no sabía nada del tema. No es que por sangre o genética sabés del tema. Esa fue la excusa para meterme en la cabeza de un nazi. Nunca lo hubiese hecho sin la excusa del libro. La pasé mal. Tuve pesadillas. Pero una vez que empecé a escribir fue una liberación. Fluyó. Que fluya Eichmann con naturalidad es horrible, pero apelé al profesionalismo para hacerlo.

- El libro cambia en el epílogo. ¿Por qué lo escribiste primera persona?

- El objetivo del epílogo era limpiarme de la presencia espantosa de Eichmann, porque no quería que ese tipo contamine mi idioma ni donde vivo. Después del epílogo salí con mucho alivio. Valió la pena. Me sentí bien. Creo haber entendido cómo era el tema, que evidentemente ya estaba en mí. Pensar el nazismo desde un nazi y que te salga con naturalidad o pensar a Eichmann desde el lugar de Perón te hace pensarlo de otra forma. Era un desafío a escribir. Me interesaba ese tipo gris. El mal en su versión racional. Era pensar cómo se piensa el mal. En términos morales, se mantiene vivo el recuerdo de un ser nefasto. No toco más un libro sobre el nazismo.

- ¿Por?

- No me interesa. El gusto que me di es el de describir ese momento en que Mengele dice que nunca se pudo sacar de su cabeza a esa mujer que quería estar con su madre. Me di la justicia de haberle salvado la vida a esa mujer, mi bisabuela. Me gustaría pensar que ella también lo traumó.

- ¿Qué te motivó a contar al Eichmann que vivió en la Argentina?

- Está esa cuestión de que él en Argentina dio esos reportajes en los que contó su verdad. Por esos reportajes, que después se publicaron en libro, se sabe que él estaba orgulloso del trabajo que hizo. Sin su estadía en Argentina, las cosas que hizo no se sabrían.

- ¿Te quedaste con ganas de entrar a las casas en que pasaron algunas de las cosas que contás en El desafortunado?

- Tenía la idea de recorrer la zona, pero no quise. Pasaron muchos años. Y además no me gusta moverme. No quiero salir. Por eso no volví. Tampoco quiero verme tentado por el lado de la crónica periodística.

- Y todos los caminos te llevan de nuevo a Alemania.

- Veremos cómo sigo. Por ahora aprovecho mi rol de escritor residente por un año. Aprovecho para escribir y escribo en alemán. Mi familia es alemana y viví acá del 99 al 2005. Además tengo dos hermanos en Alemania, por lo que el contacto con este país es fluido. Definitivamente, no me gusta viajar tanto. Debe ser porque viajé mucho de chico. Si bien me sigo moviendo, me cuesta. No me quejo: es espectacular que me paguen por eso, es un sueño. Así que no digo nada. Lo que sí digo es que si me dan a elegir, prefiero quedarme quieto en un lugar. A los viajes me llevo mis libros y listo. A eso le sumo que soy una máquina de rutinas. Me toma 24 horas, máximo, armarme la misma rutina en todas partes. Viajé por Asia un año y armé mi rutina para escribir cada mañana. Ahora también tengo la rutina de escribir cada mañana. Sé lo que necesito y cuando te conocés es más fácil.

- ¿Te incomoda la incertidumbre de no saber qué harás en un año?

- La incertidumbre la vivo desde que decidí ser independiente. Me molesta cuando sé que no ganaré plata.

- El desafortunado te permitió cierto respiro, ¿no?

-Este libro es un ejemplo. Me acaba de llegar un mail en el que me cuentan que lo compró otra editorial. Estoy contento. Se hace plata, pero eso lo puedo contar cada tanto. De todos modos, no me apuro en ese sentido. La parte de la escritura no la tengo asociada con el dinero. Eso no significa que después no quiera hacer dinero. Cada tanto me va bien comercialmente y cada tanto sale algún libro que no se lee. Me formé como periodista, así que tengo una mente periodística para elegir temas. Claro que a veces elegí temas que no funcionaron y no sé por qué. Hace unos años escribí un libro sobre Los Redondos (La cuadratura de la redondez), riéndome de las interpretaciones que se hacían de sus letras. A ese libro le fue bien porque Los Redondos venden. Pero no siempre pasa eso.

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